Es siempre perfecta en su bien.
Es perfecta en su "empatía hiperrealista" (S. Nuñez dixit) y dota a su practicante de un inexpungnable dispositivo -cuasi místico- para un ejercicio radicalmente misogino, soberbio y autoritario del bien.
Un "bien" concebido por y desde el sesgo, incuestionable en su moralidad candorosa e inocente que paso a paso entre inapelables tiernas sonrisas erige inmaculadas causas, olvidando expresamente cualquier empatía y legitimidad que pueda provenir del sufrimiento y la postergación del siempre anónimo, problemático e invisible "otro".
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