viernes, 27 de enero de 2012

Libros: Francia por las malas, o por las peores también

Era hora de irse.
Los viejos campeones coloniales, después del retiro compulsivo de su hegemónia post Segunda Guerra Mundial, arriaron banderas y se volvieron a la vieja Francia con cuanto "souvenir" al pudieron echarle mano. Idiomas, inmigrantes, gente de muchos lados con derecho a pasaporte y muchas historias "civilizatorias" para compartir con sus nietos rubicundos delante de algún burgués fuego europeo entraron por Brest y Marsella en los agitados -para Francia- años 50.

Se fueron todos. Los ingleses hasta de la India, los belgas y los holandeses del Congo e Indonesia. Todos. Absolutamente todos. Pero a los franceses, la vertiginosa descolonización compulsiva no les provocó ningún entusiasmo.

Así que se fueron por las buenas de donde no les interesaba demasiado estar.
Y por las malas, por las muy malas y por las peores también, cuando llegó la hora de largarse - o de ser echados- de los exóticos horrores indochinos aderezados de opio húmedo y amarillos criptogramas. Yéndose también de los arenales hollados por las legiones, calcinadas desde el comienzo de la historia, cual blancas iguanas, a lo largo de las dunas del sur del mediterráneo.

No se fueron porque no se querían ir.
Probablemente les justificaba alguna buena falacia occidental y civilizadora o alguna otra cosa más que la simple rapiña colonial legitimada por toda la seca cantinela acerca de la "barbarie" y la "cultura".  Probablemente esa "Grandeur de la France" se les tenía que antojar necesariamente como algo más que una excusa mercantil, expoliadora e inmediatista. Equivocados o no, a la hora de apretar el gatillo en nombre del lucro usurero colonial, debía haber alguna razón que disimulase un poco todo ese feo mal olor.

La Triologia, tal como la tengo en casa.
Jean Larteguy (1920-2011) pasa un inigualable revista de esta romántica, bestial e imbécil persistencia francesa a través de una imprescindible trilogía sobre  un mundo que dejaba de existir y que hoy de hecho hace rato que tampoco existe. "Los Centuriones", "Los Mercenarios" y "Los Pretorianos" narran con pulso de maestro el doloroso y sangriento proceso de la descolonización visto desde los uniformados, protagonistas en foco sobre sus dos peores traumas: la guerra de Indochina (rebautizada y posteriormente heredada a los Norteamericanos como la guerra de Vietnam) y la Guerra de Independencia de Argelia.

Los laberintos humanos que forjaban las contradicciones de estos "educados"(*) perros de la guerra -paridos en las luchas de Francia Libre Gaullista- los conducen a intentar sostener, desganados pero no sin cierto inocente y errado idealismo, los descompuestos de la civilización occidental de post-guerra,  sea en los arrozales que terminaron secándose en Dien Bien Phu sea en las cloacas de la Argel moruna y legionaria.
Paracaidistas y "Etrangers" pasan a corromperse, pudrise, reventar y morir bajo palio de una "Causa Nacional" tan completamente irreal como ineluctable. Mientras tanto todos - o casi- se dan buena cuenta de ello y si acaso no se mueren, se joden.

Se joden si. Pero con la elegancia del inevitable cliché francés. Se joden de ojos abiertos, heroicos, cínicos, generosos e irónicos. Buenos soldados. Resignados, entre la trágica grosería diaria de estar enterrados de cabeza -sin remedio- en la delgada línea que les toque, pero esta vez no frente a algún "nazi-huno-invasor", sino a "rojos" que constantemente los hacían pensar demasiado. Y para un soldado, pensar es siempre poco saludable.

Jean Larteguy
Allí mismo, en ese choque; es donde aparece el mejor Larteguy. Despachándose magistralmente uno de los más descarnados, certeros y profundos análisis de la mentalidad matriz de la "Guerra de Liberación Nacional" Larteguy teje, a la sombra de Ho Chi Minh y de Ben Bela toda la virulencia, la fanática intolerancia y la incomprensión terminal de la colisión del individualismo occidental, nihilista, hedónico y burgués a ultranza, contra el "hormiguero maniqueo" del Maoismo indochino o su versión mediterránea argelina, ametrallada de las esquirlas nacionalistas destiladas por los Mullahs de Argel.

El ominoso cruce de caminos personales y colectivos que condimentan las guerras (especialmente las civiles y los conflictos bélicos ideológicos) llevan a Larteguy -con total conocimiento de causa- a contextualizar una feroz y sutilísima crítica de los dogmatismos primales de la guerra fría junto a los autoritarismos, las miopías francesas y la deshumanización incondicional comunista. Todo esto en un relato sin concesiones, pocos lugares comunes, y mínimos devaneos proselitistas. En el centro, la atormentada cabeza del soldado sintiéndose reventar por nada, o por algo que por lo menos, es lo demasiado impreciso y sucio como para hacerse matar en su nombre. El soldado que se machaca a si mismo y maldice -entre el aburrimiento de las marchas o mientras simplemente sangra- a toda cuanta cosa hizo que lo llevara a estar allí, están entre los momentos mas preciosos de esta implacable trilogía.

Larteguy al Cine: Quinn y Delon en
"El Commando Perdido - 1966
En medio de estos dramas tiempos convulsos, el sufrimiento neto, el recuerdo sin exaltación de la matanza, las liquidas fronteras entre elevadísimos valores y horrendas bestialidades salpican prolijamente una estructura narrativa que a pesar de rozar por momentos mañas de "best-seller", logra constituirse en una obra imprescindible para que, mientras rumiamos sobre la guerra en si misma, transitemos por un vigoroso fresco de un mundo ya muerto pero que deja ver aún, casi cotidianamente, alguno de sus mejores despojos.

Michel Caprioli.



(*) La formación de los oficiales de carrera del ejército francés incluye estudios - a nivel de licenciatura universitaria - de Ciencias Sociales y Políticas y Literatura.


Sobre el Autor:
Jean Lartéguy, seudónimo de Jean Pierre Lucien Osty, fue un escritor y periodista francés que nació el 5 de septiembre de 1920 en el pais Vasco francés, y murió en París el 23 de febrero de 2011
Licenciado en Historia por la Universidad de Toulouse, trabajó como secretario del historiador José Calmette. Voluntario en octubre de 1939 para luchar en la II Guerra Mundial, huyó de Francia en marzo de 1942 tras la ocupación alemana siendo detenido en España donde se le recluyó en un campo de internamiento, allí se unió a las fuerzas de la Francia Libre y fue oficial del primer grupo de comandos. Continuará como oficial en activo durante siete años hasta pasar a la reserva con un brillante historial. Posteriormente fue corresponsal de guerra en lugares como Palestina, Corea, Indochina, Argelia, América Latina etc.
Su obra de literaria de ficción se centra en la época de la descolonización con grandes éxitos como "Los Centuriones" y su continuación "Los Pretorianos" y "Los Mercenarios" que dieron lugar a la película "Mando Perdido" ("Lost Command") protagonizada por Anthony Quinn y Alain Delon. En ella se narra la Guerra de Independencia de Argelia con gran dinamismo y crudeza.

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